Entrevista realizada por Ines Sánchez-Manjavacas
Quino Pérez es director de teatro, aún en formación, pero esto no le impide tener ya muchas tablas, se ve que de tanto pisarlas algo se pega. Estrenó su primera obra con solo 15 años y 6 años después, con 21 y unas cuantas obras más a sus espaldas, cursa 4º de Dirección Escénica en la E.S.A.D. (Escuela Superior de Arte Dramático) de Murcia. Hablamos con él para conocer su visión sobre la actualidad en el mundo del teatro.
–Buenas noches Quino.
–Buenas noches.
–Escribiste tu primera obra con 15 años, El grillo del hogar, una edad que muchos pueden creer precoz ¿qué fue lo que te inspiró y te movió a escribirla y sacarla adelante?
Bueno, en primer lugar, no creo que sea precoz. Esa primera obra se escribió porque empecé en un grupo de teatro, Teatro Thalía, y el director nos pidió que lleváramos una escena o una obra escrita a un ensayo. Eso fue más o menos en mayo, la llevé, gustó, la gente se rió y yo seguí desarrollándola y la adapté para el grupo de 20 personas que éramos en ese momento. Salió bien y a finales de junio pudimos estrenarla.
– ¿Cómo recuerdas tú esos momentos en los que estrenas tu primera obra? ¿Tienes algún recuerdo especial de ello?
Fue muy raro, porque la escenografía nos la dejó Antonio Abarca, profesor del I.E.S. Infanta Elena, que era del musical Mama mía que habían interpretado ese año los alumnos del centro. Salió bien, recuerdo que la última semana nos pusimos las pilas a tope ensayando en el conservatorio de música, el sitio donde la estrenamos, vino mucha gente, se rieron mucho también. La verdad es que fue un buen estreno.
Lo que tiene el teatro amateur es que te une mucho a las personas del proyecto, trabajas con amigos, además íbamos todos a una, trabajamos mucho para sacarla adelante y no teníamos ninguno ni idea de iluminación ni sonido ni nada. Fue un momento memorable.
– ¿En qué momento de tu vida te diste cuenta de que querías hacer de ese hobby tu profesión?
–Fue el 12 de abril de 2014. En ese momento yo ya había escrito más obras y llevaba tiempo en el teatro, me implicaba mucho, veía que me gustaba y esa mañana mi hermana me sentó en mi patio y me preguntó por qué no me dedicaba al teatro ya que le dedicaba más tiempo que a la música, yo quería ser músico desde pequeño, y le hice caso. Me informé, hice las pruebas de acceso y conseguí entrar en la escuela.
– ¿Qué es para ti lo mejor y lo peor de ser director de teatro?
Lo más bonito es poder crear, crear un mundo y transmitir con él un mensaje, poner toda tu imaginación en ello. También es el aprendizaje constante y la relación que surge con las personas, que es muy bonito.
Lo peor es la ignorancia de no ver este trabajo como algo útil y necesario. La gente que no ve este trabajo como algo beneficioso para la sociedad.
-Bueno, esto quiero preguntártelo como paisana ¿te sientes profeta en tu tierra?
No. Al principio sí porque trabajaba con gente de Jumilla, pero era un círculo muy cerrado, de hecho a mí nadie de Jumilla me conoce ni sabe lo que estoy haciendo, solamente mi familia y círculos cercanos. Esto deriva también de que mis actores eran gente del pueblo y realmente el público iba al teatro a ver a sus familiares y conocidos, no iban a ver la obra en sí.
– ¿Te han cerrado muchas puertas en Jumilla?
No. Al principio, como en todo sí que es verdad que hubo trabas porque no sabíamos como había que hacer las cosas. Recogimos el testigo de una asociación que era el grupo Thalía, hicimos muchas obras y el grupo volvió a tener un nombre. Mucha gente se acordaba de las viejas Thalías que surgieron en los años 80, amas de casa jóvenes. Fue un boom y a partir de ahí pude conocer gente de Jumilla que hacía teatro y empecé a trabajar con ellos.
Además, con el grupo de teatro de Las Encebras hice el papel más divertido que he hecho en mi vida, hacía de pillo, Garduña en La molinera de arcos, esa fue la primera vez que yo sentí muchas cosas encima del escenario, fue una experiencia muy bonita.
– ¿Tienes manías antes de estrenar una obra, hay algo que siempre hagas o eres supersticioso?
Pues, por ejemplo, siempre que estreno en Jumilla como en casa de mi abuela, porque es sábado y siempre me hace arroz y conejo. Me gusta pasar todo el día en el teatro, desde las ocho de la mañana hasta las doce de la noche, estar allí y sentirlo. Me encantan las luces por la mañana y el montaje es precioso, hacerlo y construirlo como un artesano. Además, por la tarde a las cuatro o las cinco, que hacemos el ensayo general, la llegada del público. En cambio, en Murcia prefiero estrenar los jueves.
Luego siempre hay fechas clave que se te quedan grabadas, son días de fiesta. En la escuela tenía un profesor que en primero nos decía que cada vez que fuéramos de bolo era como irse de fiesta, pero mejor porque sabes que vas a hacer algo importante, ya no por ti mismo, sino que vas a mostrar algo que amas, vas a mostrar tu corazón al público.
-Ahora estás trabajando en un corto, háblame de tus proyectos.
-Bueno, esto deriva de dos pasiones. La primera mi amor por el mundo clásico y la segunda la pérdida de una persona querida. La primera fue Ménades y la segunda Reflejo de la muerte de Narciso.
Narciso es un personaje del mundo clásico, un joven engreído que, castigado por los dioses por rechazar a sus pretendientes, se enamoró de su propia imagen, la cual no paraba de contemplar reflejada en las aguas y finalmente se arrojó a ellas. Yo utilizo esta historia en la época actual.
– ¿Hay alguna obra que sueñes con estrenar?
Me encantaría estrenar Rigoletto, quiero terminar mis días estrenando ópera. Me encantaría también poder hacer L’elisir d’amore o El fantasma de la ópera.
– ¿Tienes algún autor como referente?
Nietzsche en mi filosofía de escribir y como autor teatral Lorca. Es un gran autor, es bíblico, es muy buen músico teatral, lo tiene todo medido y puesto en su sitio. Todo lo que dice es lapidario, Doña Rosita la soltera es una obra a las flores, el nacimiento de una flor roja, luego se vuelve blanca y luego perece. El número cinco siempre presente en sus obras, tan simbólico.
En El amor de don Perlimplín y Belisa en su jardín, el protagonista se mata como Cristo, se sacrifica por dornar su alma a Belisa que es cuerpo, algo terrenal, algo que perece. El último cuadro de Perlimplin ocurre con la luna llena, de color azul como la muerte, como sus duendes, también azules y muchos otros elementos de este color y de otros que aparecen en esta obra llena de simbología.
El teatro de Lorca es totalmente simbólico y facilita mucho el trabajo imaginativo.
– ¿Hay algún sitio en el que sueñes estrenar?
Siempre hay templos, me encantaría estrenar en el teatro de Bayreuth, el teatro de Wagner en el que cada año se presenta La Tetralogía del Nibelungo, cuatro obras compuestas por él. Poder ir allí es como ser una proeza. También me gustaría estrenar en el Teatro Real en Madrid.
– ¿Qué le dirías a un chaval que te dice que se quiere dedicar al teatro? ¿le darías algún consejo?
Le animaría y le ofrecería mi ayuda, le diría que no se desanimen nunca, que aprenda de sus errores y los acepte. Sobre todo, que no hay una fórmula única de hacer teatro, hay muchas técnicas, muchos tipos de teatro, un horizonte muy abierto y cada uno tiene que elegir su forma propia y su estilo, pero también tiene que saber lo que está haciendo, si no lo sabe no puede hacerlo. Al final a un director, en primera instancia, la gente lo ve como alguien que marca lo que tiene que hacer la gente. Ese es el código que se utiliza, pero cada uno puede crear un código diferente, dependiendo del lenguaje del director pueden cambiar mucho las sensaciones.
Lo bonito del teatro es el momento en el que el director y el actor se hacen una sola alma, hay un momento en el que el director ama mucho su obra y decrece, y hay un momento en el que el actor no quiere la obra o la quiere, pero no de la misma forma que el director, pero llega un momento en el que se encuentran, todo se estabiliza y van ambos a la par. Ese es el momento mágico.
– ¿Hasta ahora qué es lo que te ha enseñado el mundo del teatro?
A ser asertivo con uno mismo, me ha enseñado que hay que poner toda la carne en el asador sí o sí, o te lanzas a abrirte y sientes o tu teatro se vuelve frío. Ser de verdad es lo que importa. También me ha enseñado que todo es trabajo y siempre hay que aceptar ese trabajo como bueno, todo lo que haces es bueno, mientras sigas trabajando y sigas creando, mientras sigas buscando tu manera de hacer nunca te faltará el trabajo y nunca acabarás abandonando.
Lo mejor que me ha enseñado el teatro es a explotar mi creatividad, a ser libre y también que el cambio es la única constante en el universo. Si aceptas eso aceptas tu vida. El teatro me ha enseñado a vivir.
Las palabras de Quino son las de alguien a quien oyes y no te da la sensación de que sea tan joven. Una persona con las ideas claras y con el talento y las ganas suficientes para llevarlas a cabo y tener éxito.