Tenía cerca de 3 años. La profesora que vigilaba el autobús no me vio dormido en el asiento cuando hizo el control de rigor antes de aparcarlo entre el Club Remo y el Murcia Parque. Cuando me desperté no había nadie, era ya muy tarde y por allí poca gente pasaba a esas horas, no se cuanto tiempo pude estar llorando, recuerdo junto al miedo un sentimiento de abandono, no sé como lo pasaron mis padres. Tuve suerte y unos chavales que salían de Maristas del Malecón me vieron, me tranquilizaron y -subiéndose uno encima de otro- lograron sacarme por una ventanilla. Al salir la lógica pregunta era «¿Dónde vives?», yo sólo supe decir «En el Cine Coy». Allí me llevaron y de ahí a mi casa. Nunca he sabido quienes fueron aquellos ángeles, pero desde aquí me gustaría agradecerles su ayuda.
Y os preguntareis ¿a qué viene esto?, hoy nos enteramos del inminente cierre del cine Rex, uno de los cines míticos de la ciudad de Murcia, y en mi mente han aflorado multitud de recuerdos de mi infancia. Yo crecí en el cine. Me recogían en la puerta cuando el autobús me dejaba. Mateo o Conesa eran como de mi familia, eran los que me vigilaban mientras mi padre estaba en su despacho. Yo me aventuraba por las grandiosas escaleras intentando escapar la inquisitiva mirada de mis vigilantes para lanzarme por el enorme pasamanos, o saltaba en esos sofás que más tarde tuvieron una segunda vida en nuestra casa del campo. Si la película era para todos los públicos entraba a verla, si no lo era, jugaba en el majestuoso hall o investigaba en las oficinas dónde mi abuelo solía estar.
Eran otros tiempos, en un cine como el Coy trabajaban más de 10 personas, la normativa obligaba a tener 3 personas en cabina. Había taquilleros, acomodadores, porteros, limpiadoras, personal de oficina, de las cantinas. La mayoría de ellos habían estado en la empresa décadas, empezando cuando eran jóvenes y viendo nacer una nueva generación de una familia que era, también, un poco suya.
Allí vi decenas de veces «La Guerra de las Galaxias», allí jugué y allí pasé esos años de infancia que nunca olvidas, dentro de la empresa Iniesta había otros cines, el Cinema Iniesta, el Teatro Circo, el Gran Via o el Roxi (famoso en sus últimos tiempos por estar dedicado casi en exclusiva al incipiente cine S) completaban la nómina de una empresa que había llegado a gestionar más de 50 salas a lo largo y ancho de la región. Yo crecí escuchando como «El último Cuple» estuvo más de 100 días consecutivos en cartelera. Eran otros tiempos.
El cine Rex fue uno de ellos hasta que los dos fundadores -Mariano Iniesta (tío) y Jose Iniesta (sobrino)- decidieron separar la empresa, el primero se quedó con el Rex como buque insignia, el segundo con el Cinema Iniesta y el Teatro Circo.
Tal vez mis mejores años en el cine fueron en la playa, cuando la empresa Iniesta cesó, mi padre (con un par de socios) quiso matar el gusanillo gestionando un cine de verano en Santiago de la Ribera, una antigua sala de fiestas reconvertida en cine en la que yo pasé mis mejores veranos, como ya he dicho eran otros tiempos, los cines de verano no podían estrenar películas, su programación era un batiburrillo de clásicos y series b. El proyectar algún film de gran éxito de temporadas anteriores llevaba consigo incluir en la cartelera varios films de serie z que la distribuidora te obligaba a contratar. Eran años divertidos en los que si un verano abundaban las películas de chinos como «El mono borracho a la sombra del tigre», al siguiente Pajares y Esteso predominaban, siempre acompañados por los inefables Bud Spencer y Terence Hill. Había un ciclo (habitualmente los jueves) que siempre era un éxito, el de terror, «Pesadilla en Elm Street», «Viernes 13», «Halloween» se mezclaban con otras hoy ya olvidadas como «Maniac» o «el Tren del Terror». Esos fueron mis veranos azules, mis paseos en bici a rellenar las cámaras para que la bebida estuviera fría, encontrar monedas entre los asientos, tontear con las niñas que se acercaban a la barra, éramos felices y no sabíamos cuanto.
Recuerdo un programa doble como si fuera ayer -el cine de verano de hace años no era como el de hoy, las películas se proyectaban una vez y sólo una vez, si querías verla tenías esa única oportunidad- «Oficial y Caballero» junto a «Distrito Apache» congregó a mas de 2200 personas, cuando se dijo en taquilla que no quedaban más sillas la gente iba a su casa y se las traía para poder entrar. También recuerdo ese año que un timador contrato el recinto para un concierto de los Gibson Brothers, antes de la actuación el caradura huyó con toda la recaudación y los artistas se negaron a actuar. Recuerdo como -al ser yo el más pequeño- era el encargado de llevar el dinero ingresado en las barras para poder hacer frente a la devolución de entradas.
Todos somos románticos, pero las grandes salas de cine erán insostenibles, no tenían ningún sentido económico, eran inviables y el Rex ha caído como era previsible, no es culpa de las administraciones, no es culpa de los empresarios, no es culpa de nadie y es culpa de todos. Al final la comodidad que te da un multicine, la reducción de costes, la capacidad de elección, de alternativas, eso ha matado al cine de grandes recintos, si una empresa puede dar 10 películas con el mismo personal que necesita para sólo dar una, o cobras más por la segunda -y dudo que la gente lo pagara- o las primeras acabarán con las segundas. Murcia perdió al Teatro Circo, al Cinema Iniesta, al Coy, al Coliseum… Hoy muere el Rex, un dinosaurio de otra era en el que muchos pasamos nuestra infancia. Donde muchos vivimos nuestro Cinema Paradiso.